dissabte, d’agost 18, 2007

Cuentos desde Catalunya

Cuento 1

Las calles eran marrones, crujientes y encendidas por el sol naranja, el frió transportado por el viento recorría el espacio levantando consigo las hojas y el polvo. En ese paraje desértico estábamos Tomas y yo. Acabábamos de visitar a Joan Miró o lo que queda de él colgado de las paredes. También tuvimos oportunidad de conocer a un tal Fernand Leguer, un pintor tubista de propuestas interesantes, no tan irreverente y caprichoso como Joan en sus pinturas, bueno no en los trazos y las formas, pero si en los temas. Extrañamente la obra de uno era la antítesis del otro, el hombre como parte prescindible de la composición v.s el hombre como toda la trama.
En fin, saliendo de la Fundación, unos pasos adelante, mi amigo Tomás y yo esperábamos el 50.
El mismo frío que traía el viento, y el mismo paisaje naranja y crujiente, esta vez decreciendo en su color, todo el espacio se tornaba violeta, azul gris. había en el ambiente un fondo de Opera. El frío cada segundo inundaba más el aire hasta dejarnos casi sin respirar. Mi nariz: congelada. Las orejas: ya las había dejado de sentir hacia algún tiempo. Estaba sentado sobre una banca amarilla, mi pantalón negro se confundía con la gabardina negra que bailaba con el viento que arreciaba.
Tomás encendía un cigarrillo, Ducado de marca, tabaco negro “dulce aroma y suave tormento” me dijo.
Tomás estaba sentado sobre sus talones y todo su peso concentrado en el mismo eje.
El frío seguía insoportable. Lo que antes era el cigarro ahora languidecía como colilla, consumiéndose en el suelo. Esta imagen compuesta de Tomás sentado sobre sus talones y la colilla en el suelo me trajo el recuerdo de una cálida fogata. Me agregué a la composición casi bucólica del hombre y el fuego. Tomas y yo nos sentamos alrededor de la colilla intentando calentarnos, acercábamos las manos al débil fulgor del tabaco consumiéndose. Detrás de Tomás una cara bonita con ojos verdes y bufanda roja hizo una seña como pidiendo permiso de acercarse al fuego. Tomás le dio paso y allí estábamos los cuatro, a la bufanda roja se le habia sumado la amiga en chaqueta de cuero, una mujer más bien regordeta de cara intrigante y nariz pronunciada.
Todas las manos alrededor del fuego, después nos enteramos que bufanda roja ojos verdes era Estonia, y estudiaba periodismo, este nombre habían decidido ponerle los padres después de consultar con un porro de mariguana. Se les hizo buena la idea en el momento, los padres de esa época andaban escasos de nombres originales y recurrían a nombres de países, y se llamaba Estonia. La amiga de chaqueta de cuero y regordeta era Rosa, nombre más sencillo pero no más sensato. Rosa estudiaba comercio y nos contó que le gustaban las noches sin luna, el sabor del chocolate y los cerezos cuando florean. Las historias de Estonia y Rosa transcurrían cuando de pronto sumábamos ya 8, una pareja de catalanes que morían al igual que nosotros de frio y otros dos ancianos de nacionalidad indefinida, que según sus propias palabras no estaba ya para dejarse maltratar por el clima.
Tomás, Estonia, Rosa, Xavi, Núria, el abuelo, l’avia y yo, alrededor de la colilla que cada vez se hacia más efímera. Decidó entonces Tomás tirar al fuego los cigarrillos que quedaban, después de repartir uno a cada uno de los fumadores que éramos 4. Los abuelos por recomendaciones médicas no fumaban, Rosa y Estonia eran vegetarianas del ala radical por tanto no fumaban.
Descongelando las manos y los pies tratando de ganar el mayor calor posible ya éramos catorce. Unos franceses y un par de gitanos se nos habían sumado.
Los franceses siempre precavidos y borrachos llevaban en las mochilas unas botellas de Cavernet de Sauvignon, unos quesos y unas patatas fritas que empezamos a compartir los para ese entonces veinte. Los gitanos una morena preciosa con cabello liso y un tío mas bien mal encarado con la guitarra a cuestas compartieron la música. El fuego de las colillas se avivaba más con el danzar de la gitana y los aplausos de los miembros de esta improvisada fogata dentro de una parada de autobús. Estonia y Tomás hacían el amor en un rincón, alentados por el calor de las colillas, el vino y la cadenciosa música que interpretaban los gitanos. El par de catalanes habían empezado también con lo suyo, sólo que no tan alejados de la fogata, supongo que eso inspiró a los franceses que no tardaron en montarse un “menage a trois” con Rosa, eligieron esta modalidad de amor, con un trasfondo un poco chovinista (en el sentido más positivo de la palabra), y haciendo honor a su origen Galo. Estas escenas me recordaban cómo imaginaba de niño (bien, no tan niño) lo que debió ser la prehistoria, las manadas de homínidos cazadores y pescadores, alrededor del fuego inventando la música el amor y la poesía.
Mientras tanto yo estaba aterrado, miraba como los cigarrillos se acababan y ya no quedaría nada, ni fuego ni calor; solo los cuerpos desnudos y tiritantes de los amantes en reposo.
Un corredor que paso por la estación de autobuses me recomendó que utilizáramos las otoñales hojas para preservar el fuego. De los 50 integrantes de la fogata 10 nos dispusimos acarrear, los restos que el otoño deja a su paso, dentro de la fogata para que perdurase y no morir congelados. Los otros 40 ya fabricaban calor propio. Intrigados por el ruido y la alegría salieron Miró y Fernand de los restos de sus almas dejados en sus pinturas, materializados a partir de oleo y retazos de lienzo. De inmediato se incorporaron a la fiesta, les pasamos el vino y el queso, abrimos camino para que se acercaran al fuego, ellos nos regalaron la pintura e inmortalizaron esta fogata en un cuadro que quedaría para siempre en nuestras mentes y sólo temporalmente en la parada de autobuses bajo técnica de grafitti. Todos plenos, en esta fiesta nocturna e ígnea, bailaban y cantaban al ritmo de la guitarra gitana. Algunos vendedores ambulantes ya se habían acercado y ofrecían sus productos entre la gente.
Gemidos, aplausos, guitarras, risas, placer, amor y ebriedad todo alrededor de la fogata que comenzó por ser colilla. Yo ya un tanto borracho por el vino intentaba hablar de algo con la gitana pero no pude, la fiesta por el contrario seguía en su apogeo.
Llego el 50 Tomas y yo nos fuimos...
INMIGRANTE-X, Noviembre de 2001
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